En un mundo que busca ir más allá de los hidrocarburos, prever la demanda de petróleo es cada vez más complejo y objeto de debate. Basta con observar las distintas proyecciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y de la OPEP, dos organismos que, en teoría, deberían saber hacia dónde se dirigen los mercados petroleros.
Para 2026, la AIE proyecta un crecimiento moderado de 770.000 barriles diarios (b/d), lo que llevaría la demanda a cerca de 106 millones de b/d, unos 10 millones de barriles diarios más que hace una década. La OPEP es más optimista y prevé un aumento de entre 1,3 y 1,4 millones de b/d, mientras que la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA) espera un crecimiento de 1,1 millones de b/d. Esta brecha es llamativa si se considera el corto horizonte de apenas un año. Pone de relieve las dificultades para predecir la demanda en un contexto de cambios en las políticas, la tecnología y los esfuerzos de sostenibilidad, lo que hace que el futuro del petróleo sea dinámico e incierto.
Si un horizonte de 12 meses ya es difícil, ¿qué ocurre con uno de 25 años? El mes pasado, la AIE publicó su informe de largo plazo World Energy Outlook 2025, con escenarios que van desde una demanda de petróleo resiliente hasta fuertes caídas estructurales. Al sumar las proyecciones de empresas y agencias energéticas globales aparecen trayectorias incluso más alcistas y más bajistas que las de la AIE. La divergencia es casi cinematográfica: futuros proyectados con confianza, pero aún no probados.